jueves, 16 de junio de 2011

Crianza del 83

No tardó en escoger la botella, era la que había guardado para una ocasión especial. Y qué mejor ocasión que aquélla.

La única copa de cristal buena que había sobrevivido a las mudanzas había perdido su brillo y toda la superficie estaba cubierta de infinitos arañazos, como la espalda de un nazareno que se fustigara con un látigo de arena.

Sujetando la botella y la copa con la misma mano en un alarde de destreza, abrió el grifo de la bañera, girando la manecilla hacia la izquierda hasta el final. 

Entró lentamente, notando cómo el vapor acariciaba las gotas de sudor que perlaban su ajado cuerpo al borde de la treintena. Le gustaba el agua caliente, tumbarse en la bañera y quedarse muy quieto mientras el nivel del agua subía alrededor suyo y sentía cómo el infernal calor le arrugaba la polla.

Cogió la copa, y cuando el líquido empezó a brotar, le sorprendió que fuera tan vivamente rojo. Siempre que lo había visto embotellado, le había parecido más cercano al granate, casi negro, sólo un ribete de color en el borde. Fueron solo unos segundos, pero no pudo evitar deleitarse con la extraña musicalidad que acompasaba el ritmo de los latidos de su corazón y el ritmo con el que brotaba.

Sin darse cuenta, rebosó y el agua se tiñó de rojo vivo.

Su último pensamiento antes de dejarse llevar por el placer fue que la señora de la limpieza se iba a llevar un buen susto. Pero podría disfrutar de la deliciosa botella de vino que había dejado sin abrir al lado de la bañera.

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