jueves, 23 de junio de 2011

Instrucciones para abrir un melón

Abrir un melón es el último acto de fe de los descreídos.

Cogerlo, darle unos golpes con los nudillos, intentando recordar las palabras de tu abuela sobre cómo debe sonar un melón maduro. Hacerte el entendido delante de las señoras de la frutería que te observan con displicencia y escoger otro, el más lejano del estante, ese que sus artríticos y pellejudos brazos jamás llegarán a alcanzar. Knock, knock. Bien, suena a victoria. Qué, puta vieja, te hubiera gustado coger éste pero estaba demasiado lejos, ¿eh? Métete tu mirada de superioridad por tu reseco y arrugado esfínter anal.

Pagar al frutero moro con una sonrisa de superioridad, sabiéndote ganador. Qué, moro, habías puesto el mejor melón lejos para que las viejas no llegaran y poder quedártelo tú, ¿eh? Te jodes. Esto es el primer mundo, y Darwin estaría orgulloso de mí por colaborar en la eugenesia, ahorrando unas cuantas vitaminas a las decrépitas señoras que te llaman "Mojamé" sabiendo que te llamas Benalí. Deberías estarme agradecido.

Empuñar el cuchillo y mirar tu reflejo en la hoja afilada. Hoy no, susurras a tus muñecas.

Disfrutar del quejido de la piel, dura y verde, rasgarse impotente ante el filo de la hoja. Entrar en un trance de hiperpercepción y ver a cámara súperlenta cómo la sangre del melón sale salpicada en todas las direcciones con cada arremetida de tu cuchillo. Coger el culo recién cortado del melón y olerlo. Dulce. Lamerlo. Dulce.

La victoria es tuya, has escogido el melón perfecto. Recuperar la fe en el mundo.

Hacer un agujero en el extremo de la fruta y follártela. Hoy viene tu novia a comer.


Inspirado por el mítico chiste de "¿Ves, Mari, como cuando quieres puedes?", popularizado por el gran Adolfo.

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